Cuatro días después de la marcha que movilizó a miles y miles de personas en todo el país para protestar contra los femicidios, un hombre mató a tres mujeres: Claudia Lorena Arias, su ex pareja, Marta Susana Ortiz, tía de Claudia, y la abuela, Vicenta Díaz. También atacó a una bebé y a un chico de 11 años. Otro niño, de 8, pasó la noche escondido en el baúl de un auto, hasta que el homicida se cansó y se fue.
Claudia no había tenido una relación larga con el homicida, ni había antecedentes denunciados de violencia, al menos en la provincia de Mendoza, lugar donde se desató la masacre.
Unas horas antes de la misma marcha, una mujer fue asesinada a plena luz del día, en una plaza de Tucumán. A diferencia de su homónima mendocina, Claudia Lizárraga hizo en 1997 su primera denuncia contra quien la mató casi dos décadas más tarde. Llevaba en su cartera la última declaración ante las autoridades para que no le permitan acercarse.
En ambos casos, la violencia machista es el trasfondo que permite intentar comprender lo que pasó. La reacción desbordada de quien pierde control sobre lo que considera suyo: el cuerpo de esa mujer, que ahora se rebela.
"Desde hace tiempo estamos viendo que se van moficando las situaciones y los comportamientos dentro de la familia. Antes, las mujeres (que sufrían violencia dentro de la pareja) demoraban muchos años en separarse, y terminaban haciéndolo porque los hijos, ya adolescentes, se enfrentaban al padre golpeador. Ahora, vamos cada vez más que las situaciones de violencia son más cortas y más intensas, o que terminan en femicidios", explicó Adriana Guerrero, integrante del Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de las Mujeres (Cladem).
Al no haber estadísticas oficiales, los datos cualitativos se obtienen de lo que surge en los talleres y charlas. A partir de esos encuentros se puede trazar un panorama que, aunque incompleto, intenta echar algo de luz sobre lo que está ocurriendo.
"Entendemos que esto tiene que ver con que las mujeres ya no están dispuestas a soportar el golpe ni naturalizan la violencia; intenta frenarla, denuncia, pone un límite. El violento no acepta ese límite y mata", dice Guerrero.
Las políticas de prevención son la herramienta más importante para poder frenar este tipo de crímenes, que ponen en peligro a todas las mujeres. Y, para poder diseñar políticas de prevención, hace falta contar con estadísticas nacionales, unificadas, para trazar un mapa de lo que les está ocurriendo a las mujeres, y así poder prevenirlo, concluyó Guerrero.